Reflexiones sobre la plata colonial española.


Como la ruta marítima hacia “la especiería” estaba totalmente controlada por los portugueses y no permitían ninguna intromisión, ya que la aparición de europeos por esas rutas podía poner en peligro su monopolio comercial, los mercaderes españoles anhelaban otras alternativas.

Estas ilusiones, fueron un estimulante que determinó la buena acogida del proyecto de Colón, ya que suponía un intento de abrir por el oeste un nuevo camino hacia las islas de las especies, diferente al camino portugués.

Por ello no encontró demasiados problemas el judío aragonés Santángel  para recaudar los fondos necesarios para financiar el viaje del Almirante.

En su camino hacia las especies, los españoles se toparon con América, que  representó para ellos un obstáculo que se ponía  en su camino y que había que superar para lograr el objetivo primordial.

Debido a este encuentro, se inicia la gran carrera hacia el oeste en busca primero del Océano, luego de Catai y Cipango con la intención puesta en alcanzar las Molucas y competir en el prospero negocio de las tan necesarias, por entonces, especies. Carrera en la que compiten unos alucinados, que a calzón bajado, y no por correr detrás de las indígenas, que  así se mal corre, sino a causa de las muchas disenterías impuestas por el total desconocimiento de un nuevo medio en principio adverso.

Pero para conseguir la meta del oeste tuvieron que colonizar, pues era la única manera de poder cubrir nuevas etapas desde las recién establecidas  bases. Además estos pasos hacia el objetivo principal, permiten atender las labores de evangelización, que son decididamente fomentadas por los monarcas españoles, ya que entienden como  responsabilidad suya  la salvación de las almas de sus nuevos súbditos.

Pero estos desbocados personajes que corren hacia el oeste, son hijos de un tiempo en que la riqueza se correspondía con la cantidad de metal precioso que se poseía. Y ellos no habían embarcado para hacer una excursión dominical sino, entre otras cosas, para hacerse ricos.

Con este pensamiento rondando por sus mentes actuaron, en  principio, de forma parasitaria, arrebatando a los indígenas el oro y la plata que poseían. Pero esta actividad entraña en sí misma su propio fin, ya que alcanzado el despojo total, no queda otra alternativa que su auto extinción. Así, de grado o a la fuerza no les quedó otro remedio a esta gente, que pretendía seguir mandando oro y plata a la península y quedarse con las cantidades que su propio consumo requería, que trocar sus actividades de bandidos y transformarse en mineros.

La aventura minera en América se inicia hacia 1530 año del señor, al comenzar la explotación de unos pobres yacimientos de plata en la costa del Pacífico. Muy lejos, hacia el sur, se encontraba un mísero asentamiento llamado Arica y al sureste de esta localidad se elevaba un cerro de unos 400 metros de altura denominado Potosí, donde unos pobres pastores apacentaban sus rebaños de llamas.

Una noche hicieron una hoguera para calentarse y su sorpresa fue mayúscula al notar derretirse el suelo, que se convirtió en riachuelos de plata. Se había descubierto accidentalmente uno de los mayores yacimientos mundiales de plata, ya que prácticamente todo el cerro lo era.

Al poco tiempo los capitanes Villarroel, Diego Centeno y el maestre de campo Pedro Contamito fundan la ciudad de Potosí y dio comienzo la larga y rica historia de la plata colonial española.

Había pasado cerca de un año desde que se descubrieran los ricos yacimientos de Potosí, cuando un destacamento mandado por Juan de Tolosa alcanza, a unos 220 kilómetros al norte de  la ciudad de México un lugar llamado Zacatecas, donde en 1548, fruto de una paciente labor de exploración e investigación, se descubren unos fabulosos  filones de plata.

Potosí y Zacatecas fueron los enclaves emblemáticos que representaron la riqueza española durante los siglos XVI y XVII.

El mineral obtenido de estas minas era triturado por unos molinos para posteriormente extraer la plata mediante su fusión. Estas operaciones eran poco eficientes y para conseguir un mayor rendimiento se contrató a un grupo de mineros alemanes que conocían a la perfección el procedimiento.

A pesar del apoyo técnico de estos alemanes, la elevación del precio de los combustibles y la creciente pobreza del mineral, hicieron que, estas minas, fueran cada vez menos rentables.

Cuando estas condiciones mermaban la rentabilidad de estas  explotaciones, Vannoccio Biringuccio publica en Venecia, en el año 1540, un tratado titulado “La Pirotecnia” en el que describe un proceso de amalgamación mediante al cual, utilizando el mercurio y la sal, se puede obtener la plata mucho más eficientemente que por el método de fusión.

De este método tiene noticias el mercader de Sevilla Bartolomé de Medina, que  hacia 1554 lo introduce, con rotundo éxito, en las explotaciones de Zacatecas, rentabilizando nuevamente la actividad minera.

El método de amalgamación era de gran interés para  los intereses españoles, ya que  el producto clave para el tratamiento del mineral de plata era el mercurio y  España  poseía ricas minas de mercurio en Almadén, que eran explotadas con gran rendimiento desde el tiempo de los romanos y que en estos momentos eran administradas por los poderosos banqueros Fugger.

A pesar de  todo, el mercurio proporcionado por  Almadén era insuficiente para atender a la demanda de Zacatecas en sus momentos de máxima producción, por ello España recurrió a las ricas minas italianas de Idria e incluso, en los momentos de máxima demanda, importó mercurio de China, como ocurrió en 1615, 1644 y 1661 en que los galeones de Manila trajeron, en sus tornaviajes, cantidades importantes de mercurio, que de Acapulco fueron a paliar las necesidades de Zacatecas.

Pero no había en el mercado internacional suficiente mercurio para cubrir todas las necesidades de la minería americana, por lo que Potosí permaneció al margen de las innovaciones tecnológicas, continuando con el anticuado y antieconómico sistema de fusión. Pero en el año 1563 al encomendero español Amador Cabrera le informa uno de sus indios de la existencia de una antigua mina explotada por los indígenas desde tiempo inmemorial. Cabrera es conducido hacia un inhóspito lugar llamado Huancavelica, donde encontró la mina de la que los indígenas obtenían únicamente el cinabrio con el que se pintaban el cuerpo de rojo en las ceremonias rituales, ya que  estaba prohibido por los incas extraer mercurio, ya que consideraban, acertadamente, los múltiples peligros que acarrea su manipulación.

Pero los españoles no mostraron ninguna reserva a la hora de prevenir  los  peligros de la manipulación del mineral y del producto, ya que  estos trabajos serian realizados por los indios, no por ellos, e inmediatamente Huancavelica se pone en producción.

El único problema planteado fue que a pesar de la poca distancia en línea recta existente entre la mina y Potosí, no existían rutas accesibles y el mercurio debía ser transportado a lomos de llamas por caminos intransitables  a través de escarpadas montañas, pero este era un problema de menor cuantía frente a la importancia de tener cerca de Potosí una rica explotación de mercurio que podía cubrir sus necesidades. De hecho a partir de 1570 España tiene cubiertas las necesidades de mercurio que demandan las explotaciones de Zacatecas y Potosí.

La comunicación y el comercio entre la península y las colonias americanas se realizaba en un principio a base de naves solitarias, las llamadas “sueltas”, que cruzaban el océano en uno y otro sentido. Pero la amenaza de la piratería, amparada y armada primero por Francia, luego por Inglaterra y por último por Holanda, condicionó la formación de flotas, que se regularizaron por las ordenanzas de 16 de julio de 1561, estableciéndose  la partida de dos de ellas cada año.

Las naves que hacían la travesía, llevaban hacia América gran variedad de objetos, ya que los colonos americanos carecían de todo y dependían para cubrir sus necesidades enteramente de las importaciones de la península. Mercaderes y viajantes conocían esta situación y contando con la enorme revalorización que se producía en cualquier artículo que llegara al continente americano, llevaban en las naves las cargas más heterogéneas y variopintas, como lo ponen de manifiesto las relaciones de carga guardadas en el Archivo de Indias. Lugar muy importante, de acuerdo con lo anteriormente expuesto, tenía en la carga de estos buques el mercurio procedente de Almadén e Idria, que era demandado por las explotaciones mineras americanas para la extracción de la plata por  amalgamación

Por el contrario las cargas de los navíos que retornaban a la península eran mucho más homogéneas. Consistían básicamente en dos grupos de artículos. Uno formado por los productos de Indias como el añil, la cochinilla y diversos vegetales que, como el palo campeche, se utilizaban como colorantes. A estos artículos le seguían, en orden de importancia, plantas medicinales como la cañafístula, zarzaparrilla, liquidámbar, jalapa y guajaca que se creía eficaz para paliar los daños de la sífilis y que por ser  tan apreciada en Europa condicionó que los poderosos Fugger consiguieran el monopolio de su comercio. Por último, podemos reseñar en este primer grupo toda una serie de mercancías varias como algodón, tabaco, azúcar, especies como el ají y jengibre, destacando entre todos estos productos la seda que de China llegaba por los galeones de Manila vía Acapulco. El segundo grupo se definía como “el tesoro”  y estaba formado por oro, plata y perlas. La plata viajaba tanto en forma de panes como de moneda acuñada, básicamente reales de a ocho, que se embarcaban en cajas que contenían piezas por valor de 20.000 reales, es decir 2.500 monedas de reales de a ocho.

Aunque las estimaciones oficiales de la “plata registrada”  que llegó a la península, según los autores clásicos que han estudiado este tema (Hamilton E.J., Domínguez Ortiz, A., Morineau, M.. y  Chaunu, P., ), hacen referencia a las siguientes cifras: en el siglo XVI  16.887 toneladas, en el XVII 26.000 toneladas y 39.000 toneladas en el XVIII, la cantidad  total de miles de toneladas de plata que  llegó es desconocida.

Este  hecho es debido al quehacer que presidía este comercio, que no era otro que el contrabando. La plata que se importaba debía ser  anotada en un registro especial, para el pago de aranceles que debían satisfacer al tesoro público los importadores. Pero  para  sustraerse de estos impuestos, los navíos transportaban mucha más cantidad de plata que la figurada como registrada. Posiblemente la cantidad de plata “fuera de registro” igualaba o superaba la cantidad registrada.

En este gran fraude  participaron todas las clases sociales españolas  viéndose implicados empleados de las Casas de Contratación, comerciantes, comandantes de  flota,  almirantes, marineros y viajeros, incluso hubo implicaciones de eclesiásticos como el Obispo Fray Juan Pérez de Espinosa, a cuya muerte, la Corona embargó su considerable tesoro por haber sido transportado sin pasar por registro.

Hasta tal punto llego el fraude y la permisibilidad,  que  en 1660 se abolió la obligación del registro, pues prácticamente toda la plata que llegaba a la península lo hacia “fuera de registro”.

Dos fueron los factores básicos que condicionaron el régimen de las armadas y flotas de Tierra Firme y de Nueva España. Por un lado las condiciones climatológicas del Caribe,  que restringían la época de navegación segura y por otro la carga y estiba de las naves, junto con la contratación de la marinería que cada vez resultaba más difícil.

Una vez regularizado el proceso, si no surgían graves problemas, salían de España dos  convoyes entre los meses de marzo a septiembre. Uno se dirigía a Nueva España terminando su viaje en Veracruz y el otro que dirigiéndose a Tierra Firme, terminaba su viaje en Portobelo o en Cartagena de Indias.

Las naves que habían llegado a Veracruz  pasaban allí el invierno, mientras que la flota de Tierra Firme invernaba en Cartagena de Indias

Una vez descargadas las naves, las mercancías llegadas a Veracruz eran enviadas casi en su totalidad a la ciudad de México, mientras que las llegaban a Cartagena o Portobelo eran cargadas a lomos de llamas y transportadas hasta la costa del Pacífico y allí eran embarcadas nuevamente para su transporte al Callao, donde eran nuevamente cargadas en llamas para enviarlas a Lima o Potosí.

Aprovechando el viaje de regreso de las naves que habían transportado las mercancías desde Panamá, se transportaba la plata extraída en Potosí para ser cargadas en las bodegas de los buques que habían invernado en Cartagena.

Pasado el invierno, estas naves partían hacia Cuba y  allí se reunían con las que habían invernado en Veracruz y que previamente habían embarcado plata procedente de Zacatecas. Ambas flotas formaban entonces un convoy único que partía de Cuba, a mediados de marzo, con rumbo a España , para descargar, salvo el producto de contrabando, en los muelles de la Casa de Contratación situados primero en Sevilla y luego en Cádiz.

A pesar de las intenciones de los Reyes Católicos de instalar una ceca en Santo Domingo, con el fin de facilitar el numerario que se requería, el proyecto no llegó a realizarse y ya avanzada la colonización, las únicas monedas existentes en el Nuevo Mundo eran las que habían traído en sus bolsas los colonos.

El comercio se realizaba por trueque o utilizando como medio de cambio oro en polvo, panes de plata, semillas, plumas u otros curiosos objetos.

Para solucionar el problema se intentó enviar desde la península moneda acuñada  y destinada a su uso en las colonias, pero tras unos cuantos intentos realizados en 1506, 1511, 1523 y 1531, se vio que este intento era  insuficiente para atender a la solución de los problemas que causaba la falta de moneda.

Esto determinó que el 11 de mayo de 1535 se dictara orden del Emperador y la Reina por la que se creaba la ceca de México, autorizando la acuñación de moneda  de 3 y 2 reales y piezas fraccionarias de  ½ y ¼  de real.

Más tarde la real célula de 18 de noviembre de 1537 autorizaba al virrey de Nueva España D. Antonio de Mendoza para suspender la acuñación de reales de a 3 por confundirse con las piezas de a 2 y en cambio permitía la acuñación de piezas de 8, 4, 2, 1 y ½ reales.

Así aparece en las indias occidentales, un poco de tapadillo y a hurtadillas, el real de a ocho, que fue la pieza más famosa, universal y apreciada del numerario español, utilizada como moneda universal durante siglos por el comercio internacional.

La mayor parte de la plata americana era enviada a la península, que la recibía mayoritariamente  en forma de reales de a ocho acuñados en las cecas de México y Potosí, quedando un tanto desabastecidas las colonias en las que siempre fue reducida la disponibilidad de moneda.

Pero la afluencia de esta plata, que había sido el elemento causante del encumbramiento y situación privilegiada de España, al seguir su camino, ya que muy poca se quedaba en el país, constituyó una de las causas principales de su decadencia, ya que al aumentar enormemente su numerario, sin incrementarse paralelamente su producto bruto, se produjo, inevitablemente, un dramático aumento de precios y un incremento insoportable de las importaciones. A todo esto hay que añadir  el deplorable estado en que se encontró tradicionalmente la Corona, totalmente endeudada a causa del mantenimiento del Imperio europeo y de las guerras que  la casa de los Austrias sostenía.

Por todas estas causas, la plata que llegaba de América estaba ya gastada antes de alcanzar su destino. Repitiéndose constantemente casos como el ocurrido a la llegada de los 70 navíos que formaban la  flota de Nueva España, que llegó  a Sevilla el 13 de septiembre de 1583 y que venían totalmente repletos de plata, de la cual la Corona no vio ni un solo real, ya que nada más desembarcada debió ser repartida entre los acreedores, entre los que se encontraban, naturalmente, los eternos Fugger.

De esta forma los reales de a ocho acuñados en  las colonias americanas se difunden  por toda  Europa y por el resto de los países bañados por el  Mediterráneo, comenzando por Flandes, Francia y Portugal los encontramos en Milán (1551), en Florencia (1552),  en Inglaterra (1554), en Argel (1570), en Estonia (1579), en Venecia (1585) y a partir del siglo XVII en Riga, Pernau, Reval, Narva, Nyen, Prusia y Rusia.

Las salidas de los reales de a ocho son masivas, como ejemplo podemos señalar la llegada a Saint-Malo en 1661 de una carga remitida desde  Cádiz de 3.300.000 reales de a ocho recientemente  llegados de América.

Pero, paradójicamente, cuantos más reales de a ocho llegan al mercado internacional más apreciada y buscada es esta moneda.

De hecho los europeos logran extender su comercio con Oriente a golpes de reales de a ocho. Ilustra esta afirmación el párrafo siguiente del acta de la sesión de 23 de enero de 1610 mantenida en el Senado de Venecia en el que se afirma cuando se analizan las causas del deterioro del comercio con “Levante”:
“Como causa más importante se ha considerado la gran y notable desventaja que tienen nuestros mercaderes respecto a los de otras naciones, los cuales, llevando sus capitales en reales de España como moneda conocida y admitida por todas aquellas gentes orientales, contratan y se llevan las mercancías con estos reales con mucha facilidad y presteza y con una ventaja del 12 y más por ciento sobre los nuestros, que, al no poder competir con ellos, se quedan con sus capitales intactos”.
(Archivo di Stato de Venecia, Senado, Ceca, registro 3, 1608-26, c.30r.)

Para poder exportar moneda española, era necesario contar con una licencia de exportación que concedía la Corona. Normalmente los banqueros y mercaderes genoveses eran los que conseguían con gran facilidad esta licencia, no por ser  estos del agrado de los reyes, que los odiaban, pero su endeudamiento con ellos les obligaba a esta  y otras concesiones.

Este hecho determinó que fueran los genoveses quienes difundieran más activamente los reales de a ocho por Europa y por los caminos hacia Oriente y aunque, de acuerdo con la idiosincrasia de nuestro pueblo muy dado al  predaccionismo y a vivir sobre el tesoro del Estado, pronto se generalizó el contrabandeo, saliendo de España  importantes cantidades de moneda  sin células reales ni ningún otro requisito, no por esto mermó la importancia de los banqueros genoveses, ya que mucha de esta plata contrabandeada también les llegaba a ellos, así que siguieron ostentando un  primer puesto en la difusión del real de a ocho.

Los reales que salían de España no permanecían mucho tiempo en Europa, ya que eran atraídos irresistiblemente hacia Oriente con la fuerza que representa la ganancia, pues su valor iba aumentando conforme se alejaban hacia el este.

Esta tendencia se entiende al tener en cuenta la extraordinaria demanda  europea de productos orientales, mientras que a cambio no tenían nada que ofrecer, pues ni China ni India mostraban ningún interés por los productos europeos y lo único que aceptaban a cambio de sus productos era plata y preferiblemente en monedas españolas de  reales de a ocho.

Siempre fracasaron los intentos de los europeos de introducir sus manufacturas en Oriente. Saldándose, por ejemplo, con resultados catastróficos, tanto los esfuerzos de La Compañía Inglesa de Indias Orientales en introducir en el norte de China, de clima frió,  sus  manufacturas de lana, como los de la Compañía Holandesa de Indias Orientales que intento comerciar con obras de arte y pornografía. Habrá que esperar hasta que los ingleses introduzcan el opio, que cultivaban en la India, para encontrar un producto con el que equilibrar su balanza de pagos con China.

Por el contrario del contacto, cada vez más estrecho, con los pueblos orientales, aparecieron productos desconocidos en Europa que alcanzaron una enorme aceptación y demanda. Este es el caso, por ejemplo, del té, que llega por primera vez a Inglaterra, en cantidad de consumo individual, en 1664 y que en 1720 había sustituido a la seda como primer producto de importación de la Compañía Inglesa de Indias Orientales.

Una vez que la plata salía de España, esta perdía el control sobre ella, siendo primero los genoveses y luego las Compañías de Indias Orientales, sobre todo la holandesa, los que controlaron su distribución y los caminos por los que la hacían discurrir hasta llegar a su punto de destino final que siempre fue China.

La aceptación universal del real de a ocho como moneda internacional tiene su explicación aunque esta sea paradójica. Esta moneda no es ni muchísimo menos bella, recordemos que hasta 1732 no aparecen los columnarios y hasta entonces el real de a ocho es sobre todo de ejecución macuquina. Además, por un lado, su falta de forma definida permite el cizallar, limar y trocear con la correspondiente pérdida de metal y , por otro, su ley no era, ni mucho menos constante,  cometiéndose repetidos y frecuentes fraudes que se iniciaban ya en el momento de su acuñación, fluctuando considerablemente los pesos y las leyes de las diferentes cecas y acuñaciones. En este sentido fue tradicional la mala calidad de las acuñaciones de la ceca de Sevilla, sin llegar, no obstante, al enorme escándalo ocurrido en Potosí, cuya ceca durante los años de 1630 a 1650 , con la complicidad del Alcalde de ceca D. Francisco Nestares Rocha, del Ensayador Felipe Rodríguez de Avellano y de otros funcionarios, acuñó reales de a ocho, que contenían solo 1/3 de la plata que por ley les correspondía. Tan gordo fue el escándalo, que para poner fin a esta situación tuvo que actuar la más alta autoridad del Virreinato que condenó a  muerte a Nestares y a Rodríguez de Avellano, ajusticiándolos públicamente. Mandando, como medida indispensable, retirar todo el circulante de plata, que se contramarcó con una letra coronada para rebajar su valor. Pero cuando se adoptan estas medidas el mundo ya se había inundado con estos reales faltos de ley. Por ello, cuando llegaban reales de Potosí a los Países Bajos se comprobaba su ley y a los que superaban dicha prueba se los contramarcaba con el toisón de oro como señal de bondad.

La pregunta que debemos formularnos después de  constatar la falta de belleza y constancia en su peso y ley del real de a ocho es ¿qué cualidad  era la que  determinó que esta moneda fuera adoptada como moneda universal?.

Indiscutiblemente  fue su cantidad, que resulto tan extraordinaria que hizo posible el enorme  desarrollo del comercio internacional a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, ya que el mantenimiento del comercio esta condicionado por la existencia de liquidez y esta no podía sustentarse más que en la enorme cantidad de toneladas de ocho reales inyectadas en el mercado.

Este desarrollo, que no pudo ocurrir durante la Edad Media por falta de liquidez, ya que la carestía de la plata condicionó un numerario fundamentalmente de vellón (aleación muy pobre en plata), que no servía a la hora de establecer un  eficaz comercio de gran envergadura  y además no solo la plata fue escasa sino también el resto de los  metales, condicionando las acuñaciones sobre delgadísimos cospeles que se podían doblar fácilmente y que por su fragilidad y  poco peso las hacían poco prácticas para el comercio internacional.

Únicamente aparecen  monedas de plata de cierto grosor y peso  a partir de la segunda mitad del siglo XV, cuando se descubren los ricos yacimientos de plata  alemanes y suizos, que determinan una mayor abundancia de plata, lo que permite acuñar monedas que contengan mayor cantidad de metal.

El enorme desarrollo del comercio internacional del siglo XVI al XVIII dependió, por lo tanto, de una moneda que tuviera un considerable valor intrínseco y de la que se dispusiera de cantidades enormes, condiciones que solo cumplía satisfactoriamente el real de a ocho español.

Hasta tal punto dependió el comercio internacional de esta moneda, que si se hubiera dado el caso de ser contestada y retirada de circulación, el comercio universalmente se hubiera colapsado y probablemente hubiera desaparecido, al menos con las características con las que se desarrollaba, sufriendo la economía mundial una catástrofe de tal naturaleza que muy difícilmente hubiera podido superar.

Bibliografía citada

Chaunu, P., 1955,  Séville et l´Atlantique de 1601 à 1650. París

Domínguez Ortiz, A., 1969, Las remesas de metales preciosos  de Indias en 1621- 65. Anu. Hist. Eco. Soc. 2

Hamilton E. J., 1934, American Treasure and the Price Revolution in Spain 1501-1650 Cambridge, Massachusetts

Morineau, M. 1984, Incroyables gazettes et fabuleux métaux : le retour des trésors américains d´après les gazettes hollandaises, XVI-XVIII siècles. París





Copyright © 2000-2015 Chopmarks.com